El que se acostumbra a usar la caña de lanzar, la prefiere indis­cutiblemente a las líneas de mano y en poco tiempo llega a sentir los pequeños piques, como cuando de­jaba descansar el piolí sobre el de­do Índice. Su contra, es el inconve­niente de llevarla, ya que basta una pequeña bolsa de lona para guardar varias líneas con diferentes anzue­los. Los antiguos pescadores de bo­gas, lanzaban varias líneas en for­ma de abanico, cuatro por lo me­nos, que eran las que podían aten­der cómodamente y trabajaban con dos en cada mano, para, llegado el pique, abandonar tres y dedicarse a la que había clavado la pieza.